Jue. Dic 19th, 2024

EL NUEVO DIARIO, MADRID.- Cada año da la sensación de que todo puede cambiar. Que casi definitivamente el nuevo orden va a irrumpir en el circuito. La nueva generación llega fuerte y ha echado a un lado a la camada precedente, también prometedora, que ya se disuelve y que pasa por el tiempo sin pena ni gloria o sin capacidad de dar un vuelco al tour, a cada temporada. Al final, desde hace tiempo, es lo mismo. Sigue el de siempre.

A la espera de Rafa Nadal, al que se aguarda con esperanza y con expectación, nadie es capaz de instalarse a la altura de Novak Djokovic, que cerrará el 2024 como número uno del mundo, que habrá alcanzado las 400 semanas en la cima del ránking.

Normalizada la situación, sin vetos por el covid y la temporada al ritmo de antaño, el serbio, ganador de veinticuatro grandes, más que nadie, sigue a lo suyo. Intratable, inalcanzable a pesar de la buena pinta de los jóvenes que irrumpen aunque no lo suficiente como para cuestionar la autoridad del balcánico.

La retirada de Roger Federer y el arrinconamiento provisional de Nadal han dado vía libre a Djokovic que el domingo alzó su séptimo torneo de maestros. Más que nadie. Más que el legendario jugador de Basilea, con el que mantenía un equilibrio en el número de premios en las Finales ATP. La pelea por el título del torneo de Turín remarcó la distancia entre el poderío de dos generaciones. La representada por el jugador de Belgrado, de 36 años, icono de la mejor época de la historia del tenis, de un dominio sin igual solo compartido con el helvético y el español en el reparto de éxitos y la que lidera el italiano Jannik Sinner junto a Carlos Alcaraz.

El transalpino y el español, y ocasionalmente también el danés Holger Rune, han relegado al rincón de pensar a otro puñado de prometedoras raquetas a las que no les ha terminado de dar lo bastante para inquietar el reinado de los tres magníficos. Ni Daniil Medvedev, ni Alexander Zverev, ni el olvidado austríaco Dominik Thiem, ni el griego Stefanos Tsitsipas, abanderados de la talentosa camada que prometió un tiempo nuevo en las pistas, han sido capaces de cuestionar, salvo contadas excepciones, el absolutismo de la brillante, experimentada y madura terna.

La tiranía de Djokovic, Nadal y Federer, sostenida en el último lustro por el balcánico y el español, perdura desde hace dos décadas. De los 79 Grand Slam disputados en los últimos veinte años -en el 2020 no se disputó Wimbledon por el covid-, solo catorce de ellos se le escaparon al ‘big three’. Tres fueron para el británico Andy Murray y otros tantos para el suizo Stanislas Wawrinka. Alcaraz ha conseguido amarrar dos recientes. El resto se repartieron entre los argentinos Gastón Gaudio, Juan Martín del Potro, los rusos Marat Safin y Daniil Medvedev, el croata Marin Cilic y el austríaco Dominik Thiem. Irrupciones ocasionales que no tuvieron continuidad, desplazados por la voracidad interminable de los tres grandes.

Sin embargo, las finales ATP, antiguo torneo de maestros que echó el cierre este domingo, ha dejado entrever a veces el talento de prometedores jugadores que tampoco fueron capaces de abrirse paso en el circuito. Instalado en el tramo final del curso, ha estado más abierto. Aunque no en esta ocasión. A excepción de los siete trofeos conseguidos por Djokovic y los seis de Federer, han disfrutado de su momento de gloria tipos como el alemán Alexander Zverev, que levantó el trofeo dos veces, Medvedev, el griego Stefanos Tsitsipas e, incluso, el búlgaro Grigor Dimitrov, al que se ha esperado por su talento hasta tiempos recientes.

Tuvo un pie fuera Djokovic, al que no se le debe conceder una segunda oportunidad. Sinner, intratable, profeta en su tierra hasta que jugó final, le rescató cuando estaba casi eliminado. El italiano, ya clasificado, podía haber dejado al margen del título al serbio. Una derrota contra el danés Holger Rune en la última jornada de la fase de grupos, irrelevante para el transalpino, hubiera supuesto la eliminación del campeón.

Sinner, que nunca hasta este torneo había podido ganar a Rune, cumplió deportivamente y se impuso por primera vez al danés. Rescató a Djokovic. El resto ya es conocido. No volvió a fallar el número uno del mundo. Ganó con autoridad, en un abrir y cerrar de ojos a Carlos Alcaraz en semifinales y se tomó la revancha, en la final, con Sinner, con el que había perdido días atrás. No dio otra oportunidad el serbio, mejor que cualquiera, a una enorme distancia con los demás a estas alturas del curso.

Djokovic, 36 años. Alcaraz, 20. Sinner, 22. Ninguno amenaza. Turín mostró el mejor nivel del balcánico, con veinticuatro Grand Slam a pesar del año y medio arrinconado por su negativa a vacunarse contra el covid que le dejaron fuera de magnos torneos que podía conquistar.

98 trofeos en el circuito alumbran su recorrido; cinco menos que Roger Federer y once por debajo del estadounidense Jimmy Connors que se retiró con 109, más que nadie en lo que va de historia. Este 2023 añadió siete. uno más que Alcaraz. Los Masters 1000 de París y Cincinatti, el torneo de Adelaida, el Abierto de Australia, el de Estados Unidos, Roland Garros y ahora el torneo de Maestros.

Se aferran los nostálgicos a la entrada en escena de Nadal, a un anuncio de vuelta que caerá en los próximos días. Casi un año después esperan al balear, en una buena versión, a su mejor nivel, para hacer frente al serbio, para incomodar al balcánico y cuestionar la dictadura impuesta que no parece poder derribar los demás. Como antes. Como tiempo atrás.

Con 55 victorias y solo seis derrotas en este 2023 llega Djokovic a Málaga para liderar a la selección de Serbia en la Copa Davis. Aspira a un nuevo éxito, esta vez por equipos, y acabar como campeón del mundo tal y como sucedió en el 2010, cuando llevó al combinado serbio a lograr la primera y, hasta ahora única, ensaladera de su historia. Volvió a una final tres años después, pero cayó contra la República Checa.

Echará el cierre allí. En el pabellón Martín Carpena. Como gran referente, icono del tenis actual. Como número uno inamovible en la cercanía del 2024, año olímpico, en París. La única cita donde le queda por triunfar.



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