En esta serie de doce artículos dedicados a la gestión de destinos turísticos sostenibles, se han abordado temas neurálgicos vinculados al desarrollo basado en las dimensiones de gestión / gobernanza, socioeconómica, cultural y ambiental. Son todas dimensiones con su complejidad y cada una cuenta con indicadores que orientan sobre los niveles de desempeño de un destino.
Se habla mucho de la integración social como un factor determinante para avanzar en el equilibrio de las ya citadas dimensiones de la sostenibilidad; y es que sin que participe la gente del destino y se mejore su calidad de vida, poco se puede hacer en materia cultural, ambiental, económica y sobre todo en gestión de un territorio turístico.
Y es que, a pesar de lo que consideran muchos profesionales del sector turístico, la gente de a pie cuenta y es fundamental en materia turística. Es fundamental en la Gestión / Gobernanza, pues son los residentes de un territorio y ellos deben ser partícipes en la toma de decisiones que pueden afectar su calidad de vida y bienestar, tanto en el presente como en el futuro. De no tomarlos en cuenta, pueden ocurrir crisis sociales que frenen el desarrollo turístico, como ya se ha visto en el pasado en nuestro país.
En temas de desarrollo socioeconómico, el desarrollo turístico se asume como política de Estado, argumentando el bienestar social y el crecimiento de la economía local. Es por ello que el desarrollo debe ser planificado horizontalmente, articulando a todos los eslabones de la cadena de valor, sean mipymes o grandes grupos corporativos. Todos tienen un rol en materia de crear una oferta local, de productos y servicios, que den contenido a la creación de un destino.
En lo relativo a la dimensión cultural, es la gente local la que realmente crea esos atractivos únicos y diferenciadores, lo que realmente da la identidad a un destino. La cultura es el elemento que identifica a un territorio dotándolo de mayores niveles de competitividad. La cultura es intrínseca a los pueblos, y esta se manifiesta a través de ese patrimonio local compuesto por la arquitectura, la artesanía, la gastronomía, la música, las tradiciones y las costumbres, entre otros. Darle valor a este aspecto es cada vez más importante, pues la tendencia de estandarización de productos propia de la década de los años 70, 80, 90, ya no aplica en el siglo XXI, en el que el turista va mucho más allá de los paquetes armados en escritorio; el nuevo turista persigue llegar al corazón de cada destino que visita y tener una experiencia con los actores locales.
Finalmente, en la dimensión ambiental, la participación e integración social es un aspecto neurálgico. No basta con que las grandes corporaciones se certifiquen con sellos internacionales de sostenibilidad, y diseñen grandes planes y programas ambientales si la comunidad contigua no cuenta con manejo de residuos, inyecta las aguas negras crudas al subsuelo, carece de cultura de ahorro de agua y energía o simplemente destruye ecosistemas para una agricultura de subsistencia. La sociedad debe ser parte de planes de conservación y gestión ambiental en el destino, pues esto redunda en su bienestar y calidad de vida. La sociedad debe ser parte de los procesos para el cuidado del patrimonio natural de un territorio, no es sólo una labor del gobierno o de las grandes corporaciones hoteleras, pero deben crearse las soluciones oportunas para que la sociedad pueda cumplir con el papel de guardián de los recursos naturales, como lo es el agua.
Pero en nuestro país hay un reto enorme, un obstáculo que salvar, y es la creencia inyectada en el ADN de políticos y empresarios de que el desarrollo depende exclusivamente de ellos. Lo primero es que los políticos viven de la sociedad, y los empresarios también. Los primeros porque, cuando llegan al gobierno, sobreviven con el pago de impuestos de la sociedad, y los segundos porque deben contar con la gente para poder llevar sus operaciones, pues requieres de proveedores, empleados, servicios de soporte, etc.
Lo que está claro es que todos se benefician de un buen desarrollo turístico, el sector privado, la sociedad y el sector público, aunque no de manera equitativa. Por ende, es de lógica básica el hecho de que todos los actores deben estar sentados en la toma de decisiones del territorio y promover la participación activa y diáfana para un desarrollo saludable.
En resumen, esa participación social habla de integración en la mesa de diálogo y, por ende, en la dimensión GESTIÓN. Pero, ¿cómo podemos integrar a la sociedad en las demás dimensiones de la sostenibilidad en un destino turítico? Hay mil maneras, y sin darnos mucha cuenta, nuestro país ha ido dando pasos en este sentido.
En la dimensión socieconómica, la ya citada integración social puede darse a través de promover el surgimiento y fortalecimiento de MIPYMES que ofrezcan productos y servicios en el destino turístico, impulsando la innovación, la calidad, la seguridad de la oferta en el destino. Esto puede lograrse abriendo leyes de incentivo que permitan el acceso a fondos de financiamiento blando, apalancando la formalización y la regularización de las MIPYMES del sector. Otra forma es provocar el encadenamiento productivo a través de la creación de circuitos, rutas temáticas o corredores turísticos, como plataformas de articulación, vinculación, capacitación y promoción de las empresas locales a todos los niveles.
En la dimensión cultural, las ideas pueden ser multicolores, ricas, pero uno de los aspectos que pueden ser de interés para el visitante es la gastronomía, pues el turista desayuna, almuerza, cena en el destino y busca fundamentalmente dos cosas: la culinaria local y la seguridad en el manejo los alimentos que consume. Aquí citamos sólo un solo elemento para la integración social desde lo cultural que es fácilmente alcanzable. Pero también se puede hablar del alojamiento alternativo que es cada vez más creciente vía la plataforma de AIRBNB.
En la dimensión ambiental se cuenta en nuestro país con casos de éxito como el de los Saltos de la Damajagua, donde los lugareños han asumido el liderazgo en la gestión y conservación de un monumento natural, convertido en atractivo turístico y con un impacto económico que genera millones de pesos anuales en beneficio del turismo sostenible de la comunidad de Imbert, en la provincia de Puerto Plata. Los Saltos de la Damajagua es el atractivo natural por excelencia preferido por los visitantes, locales y extranjeros, que se deciden por Puerto Plata también conocida como la novia del Atlántico.
Por todo lo anterior, la integración social no es física cuántica, es más un ejercicio de sentido común, de equidad e incluso de visión política y de negocios. No puede existir un turismo sostenible sin la gente del destino, por ende, esa práctica excluyente para la planificación de los destinos, está más que desfasada y obsoleta, lo que ya ha quedado más que evidenciado local e internacionalmente.
Ahora bien, ¿Quién ejecuta estos procesos de integración social? Es una labor claramente que corresponde a los gestores de los destinos turísticos a los que ya hemos hecho referencia en los artículos anteriores de esta serie. Eso sí, contando con el respaldo del sector público y privado.
Finalmente, no podemos terminar esta docena de temas sobre gestión de destinos, sin mencionar que es un tópico apasionante y de actualidad, sobre el que pueden tratarse mil aspectos distintos. Puede que esta saga continúe en un futuro, pero, mientras tanto, la autora, Lisette Gil queda a la disposición para todo tipo de inquietudes relacionadas con las Organizaciones de Gestión de Destinos, su funcionamiento en un territorio que persigue ser sostenible, resiliente y regenerativo. . [email protected].