EL NUEVO DIARIO, KENIA.- En un impactante relato, Edinah Nyasuguta Omwenga, se debate por su vida tras sufrir complicaciones posparto relacionadas con una mutilación genital femenina medicalizada en un hospital de Kenia.
«Tenía siete años, nadie me dijo que aquello me causaría tantos problemas», cuenta esta mujer, hoy de 35 años, en una entrevista para la agencia AFP.
A pesar de la prohibición de la mutilación genital femenina en Kenia desde 2011, la práctica persiste en clínicas y hogares privados, aumentando los riesgos para la salud física, psicológica y sexual de las niñas que, por lo general, son menores de 15 años.
Doris Kemunto Onsomu, ex practicante de estas intervenciones, reconoce el riesgo de infección asociado y argumenta haber creído que estaba «ayudando a la comunidad».
«Como era consciente del riesgo de infección, cada vez utilizaba un bisturí nuevo», explicó, al tiempo en que aclaró que las solicitudes le llegaban de familias de todos los estratos sociales.
En el caso de Tina, quien pidió fuera omitido su verdadero nombre, explicó que a la edad de 8 años experimentó el dolor de la mutilación. «Fue como si fuera el fin del mundo, fue muy doloroso», contó a la AFP.
Actualmente, con 20 años, Tina estudia en la Universidad de Nairobi y hace campaña contra esta práctica.
Un tribunal de Londres condenó en octubre a una británica por haber llevado a una niña de tres años a una clínica de Kenia para someterla a una mutilación medicalizada.
La activista Esnahs Nyaramba indicó que quienes aún practican la amputación genital femenina «dicen que sin esta escisión, la joven se convertirá en prostituta».
La presión cultural persiste, y el presidente William Ruto hace un llamado a detenerla. Mientras, activistas como Esnahs Nyaramba instan a sanciones más severas para erradicar esta práctica.
«Si se manda a un familiar a la cárcel, la gente tendrá miedo», asegura Nyaramba.